Duncan McKenzie. Segunda parte

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Duncan no faltó a su promesa y ella encontró flores en el muro cada día. No obstante, no había vuelto a coincidir con él. Cuando lograba salir de su casa, tras pedir permiso a su padre y dejar organizadas las tareas del hogar, corría como si los lobos la acecharan a sabiendas que el sol ya lucía demasiado alto para que volviese a producirse un encuentro y que con total probabilidad, solo la esperasen las flores sobre las frías piedras.

Hacía más de una semana que acudía a recoger sus presentes, cada vez más abundantes y diversos en tamaños y colores, pero hoy por fin había logrado escabullirse más pronto y guardaba la secreta esperanza de un nuevo reencuentro.

Llegó al muro con las mejillas arreboladas y la respiración agitada solo para observar que no había rastro de flores ni de Duncan. Desilusionada, pensó que quizá ya se había cansado de ese juego, aunque en un pequeño rincón de su corazón guardó la esperanza de que apareciera en cualquier momento.  Como aquella primera vez, se sentó sobre el muro y aguardó el máximo tiempo del que disponía para ausentarse de su hogar a que Duncan apareciese. No obstante, ya no podía demorar más su marcha si no quería que sus hermanos saliesen en su búsqueda. Decepcionada, bajó del muro y se arropó con la capa para mitigar el frío que había empezado a sentir por dentro. Caminó unos metros hasta que escuchó los galopes acalorados de un caballo y el viento le trajo el grito de su nombre. Giró sobre sus talones para observar, fascinada, como Duncan bajaba de su caballo y corría hacia ella saltando el muro sin ninguna dificultad.

—Hoy habéis llegado más pronto. —Paró a unos centímetros de su cuerpo y todos sus sentidos se vieron invadidos por su presencia.

—Y vos más tarde —murmuró fascinada por el brillo alegre de sus ojos azules.

—Después de días tan infructuosos pensé que tendría más éxito si me retrasase.

—Y yo si me adelantaba.

Duncan sonrió y aquella sonrisa tan espontánea y sincera la contagió. Pero al momento, él demudó el rostro y su mirada se tornó más intensa.

—Sois tan hermosa… —Alargó una mano y acarició con suavidad su mejilla.

Sintió el corazón latir desbocado contra sus costillas y el aliento abrasador escapar de sus labios. Asomó la punta de la lengua apenas unos milímetros para humederlos y fascinada observó los  ojos azules de Duncan oscurecerse. Desapareció todo. El sonido del viento que hacía bailar las copas de los árboles, el piar de los pájaros, el rumor del agua del riachuelo… Todo excepto ellos dos.

—Voy a besaros —anunció como si fuese algo inevitable. 

Sin más, desplazó la mano hasta la nuca y tiró con suavidad de ella al tiempo que el otro brazo la rodeaba por la cintura. Y lo hizo. La besó. Con suavidad, recorrió y tanteó la textura de seda y el sabor exquisito de sus labios  hasta que la hizo estremecer con el contacto de su lengua. Al tiempo que un jadeo escapó de su garganta, Duncan aprovechó para invadir su boca y más que besarla, robó su aliento y como mucho se temía desde hacía tiempo, su corazón.

Suspiró y se pegó al cuerpo masculino y bien formado de aquel hombre del que se había enamorado porque necesitaba sentir que cada fibra de su ser estaba en contacto con él. Escuchó un ronco murmullo cuando sus curvas encajaron con su cuerpo y de pronto todo se tornó rápido y exigente. Las manos de Duncan parecían estar en todas partes y como antorchas, quemaban por allá por donde pasaban. La desprendió de su capa y el recorrido de sus besos descendió por su cuello hasta posarse sobre el montíbulo turgente y bien formado de sus pechos. Sabía que tenía que poner fin a aquella locura porque no estaba segura de dónde les conduciría todo aquello, pero el placer, como el veneno, se extendía con cada latido de su alocado corazón.

Sin embargo, tal y como aquel arrebato pasional había empezado, cesó. De súbito sintió el aire frío correr entre sus cuerpos y vio a Duncan agacharse y volver a colocar la capa sobre sus hombros. Ante la mirada de incompresión que le dedicó, tomó su rostro entre sus manos y la besó con ligereza en los labios.

—Mañana y todos los días os estaré esperando hasta que lleguéis. No me importa si me sorprende la noche. Aquí estaré.

La soltó y corrió de nuevo hacia su caballo, al que espoleó y lo puso al trote con tanta rapidez que en poco tiempo se había internado en el bosque de las tierras de los McKenzie y lo perdió de vista.

—¿Es que acaso quieres que padre te castigue? —Se sobresaltó al escuchar la voz de su hermano Alec tras ella mientras se acercaba—. Hace horas que pregunta por ti.

—¿Qué haces ahí parada? —Calem, el más astuto de sus hermanos la observó de arriba a abajo y miró a su alrededor. El pánico atenazó su garganta solo con el pensamiento de que pudiesen haberlos sorprendido—. ¿Estabas sola?

—Sí. —Agachó la cabeza—. Lamento haberme entretenido más de la cuenta.  

Calem la seguía contemplando en silencio, lo que aumentó considerablemente su ansiedad. Tras unos minutos llenos de tensión, su hermano por fin se pronunció.

—Está bien, regresemos. —La tomó del codo y la alejó del linde, del muro de las flores y de Duncan.

 

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  • LUNA GONZÁLEZ
    20/09/2017 - 11:19 · Responder

    Pues yo me voy a quedar sentada en el muro hasta mañana. No pienso perderme la aparición de Ducan.

  • maribel (Vanedis)
    20/09/2017 - 17:05 · Responder

    Ale, qué mania con dejarnos es ascuas…eso no se hace!
    Bueno, menos mal que mañana sabremos si regresa a ese muro o no.
    Besos!

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