Era un día espléndido, el primero tras el frío invierno que había dejado las puertas abiertas a la primavera. El tibio sol hacía gotear la escarcha de los árboles y el sonido del agua que corría por los riachuelos improvisados por el deshielo la hizo sonreír. Había pedido permiso a su padre para salir, pero este, reunido con sus hermanos, apenas había levantado la cabeza para mirarla y asentir mientras le indicaba que no lo molestara y les dejara solos.
Caminó sonriente hacía el límite de sus tierras. No de casualidad lo hizo hacia el más cercano a los dominios de los McKenzie. Llegó junto al muro de piedra y se sentó sobre él. Si tenía suerte vería a Duncan, el hijo menor del clan vecino, recorrer sus propiedades montado en su caballo y haciendo alarde de sus fantásticas cualidades de jinete. Su corazón se conformaba con observarlo en la distancia e ilusionarse, si tenía a bien, regalarle una mirada. Y si Dios lo quisiese y la obsequiaba con una sonrisa, su pecho volvería a explotar de gozo. Aunque se mostrase impasible y no dejase traslucir ningún gesto de agrado, hacía tiempo que había sucumbido a sus encantadoras sonrisas.
Levantó la cabeza y cerró los párpados para que los cálidos rayos de sol calentaran sus pálidas mejillas. Escuchó pasos cerca y de inmediato abrió los ojos. Miró al frente y se sobresaltó al ver una flor ante su rostro. La aparición inesperada de aquel obsequio la desestabilizó y hubiese caído de espaldas si un brazo no la hubiera sujetado por la cintura y pegado al pecho que tenía detrás.
—Cualquiera diría que en lugar de regalaros una flor os he amenazado con mi espada. —La cercanía de la voz de Duncan pegada a su oído le erizó la piel.
Nerviosa, intentó incorporarse, tarea arduo complicada si él no dejaba de tenerla inmovilizada. Al ver sus intenciones de alejarse de su abrazo, con cuidado, volvió a colocarla sobre el muro y se sentó a su lado, pero con las piernas dentro de los límites de las tierras de los McKenzie. Con su sonrisa de suficiencia y el brillo divertido de sus ojos azules, le tendió de nuevo la flor. Fue entonces cuando ella reparó en que se trataba de un cardo.
—¿Debo sentirme halagada porque me regaléis una flor con la que me puedo lastimar? —bromeó con él y se fingió indignada.
—Creo firmemente que debéis sentiros la mujer más afortunada de estas tierras.
—¿Porque me la regaláis vos?
Solo tuvo que reparar en la suficiencia con la que aquellos ojos azules la miraron para saber que había cometido un error. Que Duncan estaba más que satisfecho con aquella pregunta, que mal que le pesara, decía mucho.
—Estoy seguro de que ese motivo sería más que suficiente. Sin embargo, yo hacía referencia a que es la primera que ha florecido esta primavera en todas estas tierras. —Volvió a tendérsela y tras una pausa llena de expectación, añadió seductor— Y es para vos.
Se sonrojó. Hasta la raíz del cabello y la punta de los dedos de sus pies. Desvió la mirada de sus ojos azules y tomó con cuidado su presente.
—No deberíais estar aquí sola. ¿Y vuestros hermanos? —En ningún momento había apartado la mirada de ella, la sentía calentando cada parte de su piel, expuesta o cubierta, y lo que más la asustaba, invadiendo su ilusionado corazón.
—Padre tenía asuntos importantes que tratar con ellos. No vio peligro ninguno en que saliese a dar un paseo.
—Tremendo error por su parte. —Apartó un mechón de su largo cabello y aprovechó para rozarle el cuello con la punta de sus dedos. Un ligero contacto que bastó para alterar su respiración.
Saltó del muro y caminó hacia atrás para acrecentar la distancia entre ambos. Duncan no se movió, solo siguió con la mirada los torpes movimientos de sus pies y sonrió divertido.
—Debo regresar.
—Sin duda una sabia decisión.
Desilusionada porque no insistiera en que se quedara un poco más, pero con cuidado de que él no lo adivinara, giró sobre sus talones y emprendió el regreso a su casa hasta que su voz la detuvo de nuevo.
—Mañana y cada día, os traeré todas las flores que encuentre.
Sonrió y se volvió para mirarlo. Esta vez incapaz de esconder su entusiasmo.
—Mañana y cada día regresaré para recogerlas.
Emocionada, avergonzada y treméndamente eufórica, emprendió una carrera hasta su hogar deseando que el sol se pusiera lo más pronto posible y la noche diera paso a un nuevo día.
LUNA GONZÁLEZ
19/09/2017 - 12:35 ·Creo la palabra de un Mckenzie va a ser algo más que palabras.
Quedo a la espera de la próxima entrega
Mysticnox
19/09/2017 - 14:51 ·O sea, o seaaaaaaa. Me gusta este Duncan, sí,sí…
Espero con ansia la siguiente entrega.
maribel (Vanedis)
19/09/2017 - 16:54 ·Tú sí que sabes cómo dejarnos con la miel en la boca…pero que sepas que esto es muy cruel, jaja !!
Jope, ya no sé si quiero leer la historia de Duncan, o la de su hermano…
Besos !
Nuria
19/09/2017 - 21:53 ·Madre mía, qué promesa!!! Yo no dormiría esperando a la mañana siguiente !!!
Janeth calderon
20/09/2017 - 13:28 ·Precioso fragmento, promete una historia llena de romanticismo!. Super.
ania
09/11/2017 - 11:45 ·He esperado a leer el libro para leer la historia de Duncan, ya terminado el libro me dispongo a ello. Por cierto el libro me ha encantado!!!!!!